jueves, 2 de febrero de 2012

Los rebeldes sirios no pueden enterrar a sus muertos


Los vecinos amontonan a los caídos en patios traseros, sótanos y huertos. «Nos matan si intentamos enterrarlos», di

Los rebeldes sirios no pueden enterrar a sus muertos

M. AYESTARAN

«No hay heridos, sólo muertos». Las calles de Saqba muestran las cicatrices de la batalla de los últimos cuatro días y Ali, nombre ficticio de nuestro interlocutor, enseña los impactos de los disparos de tanques contra bloques de viviendas, tiendas de alimentación y mezquitas. La plaza de la municipalidad donde el viernes pasado miles de vecinos se congregaron para celebrar funerales por los mártires de la revuelta es ahora un lugar muerto, con postes de luz en el suelo, y las marcas negras de las barricadas de fuego en el asfalto. Las trincheras de sacos terreros abandonadas son la única huella que queda de la presencia de los milicianos del Ejército Libre Sirio (ELS). Nada más. «Si quieres ver lo que queda de ellos acompáñame», comenta Ali mientras comienza a caminar a paso ligero por estrechos callejones que recorren la parte trasera de las viviendas, siempre evitando las arterias principales.

Tras cuatro días de combates ya no se escuchan disparos ni explosiones. El Ejército regular controla los accesos y las fuerzas paramilitares patrullan las calles de la mano de agentes antidisturbios. Circulan en vehículos blindados y con los cañones de las armas sobresaliendo de las ventanas. Hoy todas las fuerzas de Al-Assad llevan un lazo amarillo al hombro, una señal para evitar confusión debido al creciente número de desertores en sus filas.

«¡Vamos, vamos!», apura nuestro improvisado guía hasta llegar a un gran portalón metálico que da acceso al patio de un colegio. Otros tres hombres con la cara tapada por pañuelos esperan dentro. Custodian una especie de montículo de plásticos, mantas y tierra, cercado por ladrillos.Cierran la puerta y comienzan a remover el montículo para dejar a la luz el cuerpo de seis milicianos —aseguran que hay un séptimo— que perdieron la vida en los combates del fin de semana.

«No los podemos enterrar, ni se los podemos entregar a sus familias porque nos matarían a todos si nos sorprenden», lamenta Ali. Dos de los cuerpos presentan muestras de malos tratos. Uno maniatado y sin los dos ojos. Otro con la cara quemada y una gran herida en el cuello. «No hubo piedad», recuerda Ali antes de volver a cubrir los cadáveres e informar que hay «fosas» comunes como esta por todos los barrios del este. Los vecinos entierran a los caídos en patios traseros, sótanos, huertos… Tan solo en este barrio Ali asegura que hay más de una veintena de muertos. Esta es la otra tragedia del conflicto. Los rebeldes de Damasco no pueden enterrar a sus muertos, por temor a que el Ejército regular dispare directamente contra quienes lo intente.

El alto precio de la libertad

En el camino de regreso a la plaza se ha corrido la voz sobre la presencia de prensa en la zona. Ali y sus amigos se esfuman, desaparecen entre las calles. Un joven llamado Karim Mohamed quiere hablar, pero pide hacerlo a solas. Está muy confuso. Maldice y agradece a la vez la existencia de los rebeldes del ESL: «Todo esto es culpa de ellos. El precio por la libertad es muy alto, pero dijeron que nos protegerían y ahora han desaparecido, apenas tenían armas, ¿qué pensaban? El Ejército y la seguridad del régimen vuelven a estar en Saqba, ¿qué será de nosotros?», se pregunta en voz alta.

No tiene miedo a la hora de dar su nombre, pero pide hablar a solas «porque aquí tampoco hay libertad para decir que no están de acuerdo con el ESL». Atrapado entre dos fuegos, como la silenciosa mayoría del país, Karim repasa con la vista el estado de un barrio devastado por los combates. En la Siria actual se pasa de un sofisticado restaurante en el centro de la capital a una zona de guerra en apenas unos minutos de taxi.Llega el camión del pan. Desde el inicio de las protestas en la capital las panaderías de Damasco registran colas larguísimas cada día.

La mayor parte de las panificadoras están en los barrios del este —zona humilde de la que sale gran parte de la mano de obra que hace funcionar la capital— y permanecen cerradas. En Saqba no hay que esperar. Apenas un par de niños se atreven a comprar unos panes antes de volver con rapidez a sus casas.

«Tenemos terror. Lo que vimos aquí fueron unidades de Hizbolá (libaneses chiíes. Los reconocimos por su acento», asegura un anciano que espera el inicio del rezo bajo el minarete de una mezquita que presenta un gran boquete en su parte central. Al argumento que usa el Gobierno a la hora de hablar de «agentes extranjeros entrenados por Israel» en las filas rebeldes, los medios de la oposición responden con la presencia de «agentes de las fuerzas Quds (brazo internacional de la Guardia Revolucionaria de Irán) y miembros de Hizbolá» reforzando a las fuerzas leales a Al-Assad.

Aunque los muertos en los dos bandos los ponen los sirios. Ayer se celebraron los funerales de otros ocho soldados y el goteo de bajas en el Ejército también es incesante.

Llamada a la oración. Poco a poco algunos hombres se acercan al templo. «Estamos al cien por cien contra el Gobierno, aquí no hay divisiones y no hay vuelta atrás», asegura uno de ellos. «En el momento en que se vayan volveremos a echarnos a las calles», afirma otro.

Frente a la mezquita las pintadas contra el régimen han sido tachadas, la pintura negra sobre las letras rojas que se perciben en el fondo está aún fresca. Como las operaciones militares, el borrado de los grafitis sirve para apagar los incendios revolucionarios de manera temporal, «el problema es que cada vez hay más incendios y más intensos. Sus fuerzas de seguridad no están preparadas para aguantarlo mucho tiempo más», comentan algunos diplomáticos occidentales consultados en los últimos días.

Qatar y Arabia Saudí

Los soldados que custodian la zona registran cada vehículo que entra y sale de la zona de operaciones, pero sin demasiado interés. Al ver un coche con prensa extranjera lo detienen y, sin necesidad de pedir la identificación, repiten las palabras del presidente. «La culpa de todo es de Qatar y Arabia Saudí, quieren destrozar Siria, pero no podrán con nosotros. Por favor, contad la verdad, lo que veis con vuestros ojos, no lo que dictan nuestros enemigos», señala en voz alta un militar en el penúltimo punto de control antes de acceder a la autopista que lleva al centro de Damasco, ciudad sitiada por la tragedia.

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